Podríamos quedarnos con esta descripción: una obra perfectamente diseñada, con dos intérpretes de características increíbles, un despliegue visual impecable, la música exquisita, y la duración ideal. Conclusión: una obra divina. Punto. Salir contentos, ir a comer algo, encontrarnos con unos amigos y comentar las beldades de los bailarines ("¿Viste cómo se mueve?", "¡y qué bien que actúa!"), o lo divertido del video final (un poco machista, para estar al tono con el revoleo de pelo y otras cosas de la chica). Luego salir a bailar, a algún pub de moda o al cine del MALBA, Museo de Arte Latinoamericano, colección Constantini, que no está tan a trasmano del Camarín de las Musas.
Una noche sin altibajos, sin preocupaciones.
Y acá acabaría mi crítica, si no estuviera escribiendo en Alternativa, y si no prefiriera pensar la crítica como dice un maestro, Federico Irazábal, desde el pensamiento crítico y no desde la publicidad.
Así que me explayaré sobre el problema de hacer diseño en lugar de arte, o de jugar en el límite, que es más desgarrador para los tiempos que corren, cuando estamos pensando que el arte es cada vez más prescindible. Porque: si todo es arte, ¿para qué ocuparse de él? ¿Todo? ¿El diseño también lo es? ¿En qué se diferencia una cosa de la otra? Tal vez en cuestiones simples, pero complejas, si no se tiene clara la postura ideológica y política en la propia vida. Y ojo que todos asumimos una posición, aunque no la tengamos clara. Una postura política en el arte puede ser la de parecerse al diseño. También se puede tener la posición opuesta. El diseño, con lo revolucionario que puede ser desde sus espacios, busca una eficacia, llegar a un objetivo prefijado, sea del diseñador o del dueño (el que contrata al diseñador) del diseño, que casi siempre busca un resultado productivo. Y no está mal o bien de por sí. Es su rol -nadie contrataría un diseñador para que mostrara repulsivo el producto (a menos que ése fuera el objetivo, ¡obvio!)-, como el del arte podría ser el cuestionamiento, la expresión poética, el estupor frente a lo humano y la ilusión irresuelta... Sí: hasta eso queda concluso en la obra de Mazur: la ilusión se consuma, se evapora en el video. Quizás, tal como sucede en la pantalla televisiva, en las novelas rosas, en las publicidades, en las revistas de moda... Con gran belleza, pero con ausencia total de preguntas para el espectador o de ganas de hurgar con el dedito en la herida...¡A ver si me modifica un grado mi forma de pensar o de relacionarme!
Lamentablemente la danza, desde su nacimiento como arte escénica, está unida al diseño, pues la coreografía no es más que el diseño de movimiento en el espacio, a un tiempo determinado. Es, de las artes escénicas, la más ligada a la belleza: la perfección de las formas corporales de cada época, el equilibrio entre espacio y sonido, la abstracción visual del espacio (desde la escenografía e iluminación tradicionales, hasta el uso de nuevas tecnologías en cada época); todo ha tenido lugar entre sus creaciones, y aunque hubo experiencias de búsqueda del abandono de esas premisas, en cada época se ha vuelto a ellas o se ha desembocado en su resolución. Lejos estamos acá de dar razones. Años han tratado los teóricos más capaces en su "aprehendizaje" de dar respuesta a esta pregunta. Pero quizás no haya que saber de la historia y la genealogía de la danza para sentir frente a una obra la despreocupación del diseño o la inquietud del arte. Por supuesto, uno elige qué ir a ver. Por suerte hay de todo.